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lunes, 19 de septiembre de 2016

El asunto del realismo

Primer folio del manuscrito del
Cantar de mio Cid
conservado en la
Biblioteca Nacional de España
El realismo es un asunto que a la literatura española le preocupa sobremanera. ¿Por qué? Bueno, solo hay que recordar que la literatura española se diferencia del resto justamente por esa marca.
  • El Cantar de Mío Cid, considerado el primer documento de la literatura española, es un cantar de gesta inspirado en la épica francesa, pero a diferencia de esta, no se sirve bajo ningún concepto (excepto, dicen por ahí, la escena del sueño del arcángel San Gabriel) de elementos sobrenaturales que sí plagaban su modelo.
  • La tradición de la novela picaresca es realista y de crítica social (recuerden el Lazarillo de Tormes), y oriunda de España.
  • El Quijote se sirve del recurso de la locura para justificar la abundancia de disparates que nos va a contar, y, por lo demás, se la tiene como la primera novela moderna.

¿Qué entendemos hoy por realismo? ¿Algo que se inventó en lo que se conoce como "crisol de culturas" de la península Ibérica, que según Carlos Fuentes, era la sociedad más democrática de la Edad Media? ¿La técnica utilizada por la novelística burguesa del siglo XIX, es decir, la gran tradición de la novela? ¿Un espejo a lo largo del camino? ¿La novela es entonces realista o no es nada? 

Javier Cercas, en "La tercera verdad" (recopilado en El punto ciego) cita a Milan Kundera y su división de la novela moderna en dos tiempos. "El primero, que abarcaría desde Cervantes hasta finales del siglo XVIII, se caracteriza sobre todo por la libertad compositiva, por la alternancia de narración y digresión (o, si se prefiere, de narración y reflexión) y por la mezcla de géneros; el segundo, que empezaría con la eclosión de la novela realista a principios del siglo XIX, se define por oposición al anterior: aunque se beneficia de la libertad absoluta de que Cervantes dotó al género, la rechaza en aras de la narración; aunque se beneficia de la naturaleza plebeya, híbrida o mestiza de que Cervantes dotó a la novela, la rechaza en aras de la pureza, del estatus, de la nobleza largamente ansiada por el género."
No cabe duda, afirma enseguida, de que la segunda concepción de la novela sigue imponiéndose como "la novela" con todas sus implicaciones sociales y políticas que podamos inferir de ese hecho.

Pero ¿qué es exactamente el realismo? ¿Apenas un "efecto de realidad", es decir, un saber desplegar detalles que provocan la sensación de realidad, tal y como diría Barthes? ¿Una imposición casi oulipiana a la narración libre?
 

Terry Eagleton afirma en El acontecimiento de la literatura que lo que realmente se "imita" no es tanto la realidad tal y como la concebimos sino sus "discursos" y son estos los que consiguen el efecto de realidad: "[...] las obras de arte no se corresponden tanto con la realidad en su contenido como en su forma". Además, y siguiendo a Wittgenstein, las novelas son un constructo del lenguaje, y "el lenguaje no se corresponde con la realidad ni la constituye. Más bien nos proporciona los criterios para determinar qué tipo de cosas hay y cómo tenemos que hablar de ellas".

No deja de ser llamativo que el realismo se haya inventado en España (Cercas aclara que el Lazarillo de Tormes, o el inicio de lo "moderno", se lanzó como si fuera una carta real, es decir, se dio por real algo que era ficción, al igual que lo "posmoderno" nació con la reseña falsa: Woolf, Schwob, Borges). Pero también habría que inferir que el concepto de "ficción" se inventó en el momento en que se produjo esa confusión. Dice Eagleton: "[...] la ficción se definió tácitamente en relación a la no ficción en un contexto en el que la diferencia se estaba volviendo problemática". De modo que realismo y ficción nacen de la mano, o la literatura es fingimiento. El autor finge que lo que nos presenta es real y el lector finge que lo cree. Y cuando el lector cree que lo que lee es verdad (como en el caso de la "novela de no ficción", por ejemplo) y al poco se descubre engañado, aplaude el acontecimiento como "algo nuevo", "algo genial", "algo genuinamente literario", "algo de verdad ficcional". Solo nos falta una combinación: aquella que concibe como ficción algo que es real, pero de esto se ha nutrido la literatura en todos los tiempos.

Tampoco deja de ser llamativo que tanto la novela moderna como también la posmoderna se hayan inventado en España, y ahora me refiero a El Quijote. La posmodernidad reclama para sí la segunda parte de El Quijote como texto inaugural. Quizá se trate de llevar al gran público la idea de que la novela no realista (metarreferencial, híbrida, libre) también es de alguna forma española, cosa que llevan intentando Juan Goytisolo, Enrique Vila-Matas, Juan Francisco Ferré, Marta Sanz, el propio Javier Cercas, Agustín Fernández Mallo, Andrés Ibáñez, etcétera. Todos ellos, en cierto momento, se han visto obligados a defenderse de formas más o menos encubiertas de la inculpación de no ser "realistas", es decir, de no ser "escritores españoles". Tal vez se trate de dar un giro al concepto de ficción e invitar al lector común (¡atención, editores!) a que se atreva a jugar el juego de la literatura no burguesa, el que no conoce, el que le incomoda, a que se atreva a descubrirse engañado para experimentar la esencia de lo genuinamente español y ficcional. Téngase en cuenta que el humor es fundamental en cualquier engaño.