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lunes, 23 de mayo de 2016

Robertson Davies: astucia y luminosidad

Robertson Davies, Un hombre astuto (1994), trad. de José Luis Fernández-Villanueva, Barcelona, Libros del Asteroide (2016)
http://www.librosdelasteroide.com/-un-hombre-astuto

Un hombre astuto es la última novela publicada por el deliciosamente irónico Robertson Davies, un testamento de sabiduría y sentido común, un magnífico ejemplo de literatura sencilla y compleja a un tiempo que consigue divertirnos y emocionarnos y cuyas páginas, de leer lápiz en mano, sufrirán innumerables subrayados y anotaciones en los márgenes en los cuales, naturalmente, abundarán los signos de exclamación. 
Observemos, por ejemplo, esta definición de aquello que Davies practica con total soltura, la ironía:
"Más adelante, cuando creí ser más sabio, intenté definir lo que era la ironía y descubrí que un antiguo tratadista en poesía había escrito 'Ironía, a la cual llamamos burla seca', y no se me ocurrió mejor expresión para ella: burla seca. No sarcasmo, que es como el vinagre; ni cinismo, que a menudo es la voz del idealismo desengañado, sino la delicada proyección de una luz clara y fría sobre la vida y que, por tanto, la enriquece. El irónico no es amargo, no pretende rebajar lo que le parece valioso o serio; se burla de la expresión barata del chistoso. Para decirlo de alguna manera, permanece un poco al margen, observa y habla con una moderación que a veces adorna con un destello de medida exageración. Habla desde una cierta profundidad y, por lo tanto, no se le debe confundir con el ingenioso, que casi nunca pasa de la superficie de las palabras. El ingenioso pretende ser divertido; el irónico es divertido a su pesar.  

(Nota: "Burla seca" pasa de inmediato a engordar la lista de mis definiciones preferidas de ironía. Queda bien cerca de la de Schiller, quien hablaba de ironía refiriéndose a ella como la "parábasis permanente", siendo parábasis los comentarios del coro a la acción en la tragedia griega.)



*
Un hombre astuto se estructura en cuatro partes de un diario íntimo, el del doctor Hullah, que, ya en edad de jubilación, repasa gran parte de su vida y destila gran parte de su sabiduría y de su buen hacer como médico humanista a raíz de una entrevista que la joven Esme viene a hacerle. Allí conocemos la historia de Hullah desde su infancia hasta su madurez, pero al tiempo la historia de gran parte de Canadá, de sus inmigrados y los prejuicios que trajeron desde Europa; Hullah nos habla de religión y destapa secretos de los bancos, se explaya sobre novedosos conceptos de salud y de medicina general y, para rematar, expone una curiosa manera de leer formalista (burla seca incluida) a la que podríamos llamar "crítica literaria médica" o "leer como si hiciéramos diagnosis clínica" o también "qué debió padecer tal autor o tal personaje a juzgar por sus síntomas" que consiguió que cayera, una vez más, rendida a sus pies.

Robertson Davies, él mismo astuto y sabio, nos dejó una novela absolutamente verdadera. Pruébenla, como la medicina del doctor Hullah, pues si os apetece un poco de tónico reconstituyente, os aseguro que esto (y no hay ni pizca de ñoñez en lo que digo aunque les dejo a ustedes decidir la dosis necesaria de "burla seca") nos reconcilia con la vida.