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Novela de dualidades y paralelismos, El traductor se detiene allí donde el análisis de la realidad internacional puede reflejarse perfectamente en lo cotidiano y se pliega también hasta alcanzar nuestros días o, mejor: se revela inquietantemente de actualidad, cuando los enfrentamientos "a la guerra fría", y sobre todo el discurso "a la guerra fría", vuelven a desplegarse, aunque en los días que corren ambos polos practican exactamente el mismo sistema de organización social.
Empieza la década de los noventa; la URSS se derrumba. A Ricardo Zevi, traductor en planta de Turba, una editorial de izquierda, le encargan traducir a un filósofo liberal con ideas como esta:
"No fue la democracia lo que impidió desde 1945 el mantenimiento de una sociedad más jerarquizada en Europa, sino la supervivencia en las masas de sueños igualitaristas estúpidos que el supuesto desarrollo de la URSS caucionaba."
Y parece que la editorial, acorde a los tiempos que corren, necesita "reestructuración", al igual que la Unión Soviética. Perestroika!
"La izquierda toda, desde los talmudistas del troskismo hasta los más tibios socialdemócratas, veía o mejor dicho trataba de ver cómo desaparecían piedra a piedra bajo sus pies los últimos vestigios que quedaban de lo que alguna vez había sido su mundo, su civilización, su cultura o su cimiento vergonzante y clandestino. La última catedral de la religión atea del socialismo parecía llevarse en su derrumbe hasta el último testimonio de que la izquierda había sido alguna vez una realidad, defectuosa como un mundo, malvada como un gulag, vigente como una piedra."
Pero también es novela esquizofrénica, por la mirada distorsionada del protagonista y de la que por momentos desconfiamos. Y al tiempo novela de pares opuestos, a lo doctor Jekyll y mister Hyde, porque ese traductor izquierdista practica de puertas adentro la más abyecta de las esclavitudes con su propia compañera: relación sadomasoquista, "malvada como un gulag", dominante y tópica, repleta de las más degradantes fantasías del varón.
De prosa filosa, aunque algo panfletaria, bien estructurada, seductora y con bastante sentido del humor, expone la ambigüedad mediante un realismo del que por momentos también recelamos: bomba de puertas afuera; gangrena en el interior.