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Edith Wharton, en un delicioso texto llamado "El vicio de leer" (1903) recopilado en el volumen Escribir ficción (Páginas de Espuma), afirma que si un libro "entra en la mente del lector tal y como salió de la mente del autor, sin ninguno de los añadidos ni las modificaciones que inevitablemente se producen con el contacto de un nuevo cuerpo de pensamiento, entonces ¿qué finalidad tiene su lectura?". Una advertencia que podría aplicarse a cada proceso lector, pero que creo imprescindible en un caso como el que nos ocupa. ¿Por qué? Permítanme que me explique.
Estamos ante un notable ejemplo de reformulación de la novela romántica a lo Jane Austen, no exenta de su característica fina ironía. Las frases son contundentes y directas, los diálogos están impecablemente construidos, el tono destila cierto aire absurdo. Es buena literatura, sin duda, aunque bastante anticuada. Quien piense por un momento en las heroínas de Austen recordará que esas muchachas, a pesar de su inteligencia y moderación, pocas veces son activas a la hora de elegir marido y se nos muestran, a su pesar, tan solo como sujetos susceptibles de casarse y tener hijos. Son, hablando en plata, adorables Ángeles de la Casa, es decir, dóciles, correctas, complacientes, aduladoras cuando toca. Virginia Woolf, en un texto de 1931 (préstese atención a las fechas), "Profesiones para mujeres" (recopilado en La muerte de la polilla y otros escritos, Capitán Swing), dice que lo primero que tiene que hacer una mujer es matar al Ángel de la Casa.
Nada más lejos que asesinar al angelito por parte de la protagonista de la nouvelle Un amor que destruye ciudades, una heroína romántica típica. Acaso tome algunas decisiones que en tiempos de Austen habrían sido severamente castigadas por impulsivas, aunque en los tiempos en los que nos coloca Chang tampoco están del todo bien vistas.
"Por excelente que fuera una mujer, si no lograba ser amada por los miembros del sexo opuesto, no lograría el respeto de los suyos. Las mujeres eran mezquinas en ese aspecto."El asunto del matrimonio, nada nuevo bajo el sol. El asunto de que las propias mujeres son muchas veces las más férreas defensoras del Ángel de la Casa. Me dirán: eh, son problemáticas del siglo pasado, pero no sé hasta qué punto: hace unos días salió en la prensa la noticia de que a las mujeres chinas se les prohibirá por ley casarse con extranjeros a partir de 2018.
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El segundo cuento resulta algo más inquietante, a pesar de que la mujer sigue presentándosenos reprimida y dispuesta a aceptar el puesto de concubina. Su título: "Bloqueados".
Se trata de una escena que transcurre en un tren que ha quedado momentáneamente detenido y ese lapsus da lugar a una absurda historia de amor. El malentendido refleja, sin duda, la dificultosa comunicación entre las personas.
"La vida era como la Biblia, que había sido traducida del hebreo al griego, del griego al latín, del latín al inglés, del inglés al mandarín. Y cuando Cuiyuan la leía, la traducía mentalmente del mandarín al shanghainés. Los malentendidos surgían inevitablemente."
Entonces:
- Quizá habría que plantearse si la tardanza de aproximadamente setenta años con que llega Eileen Chang a nuestra lengua no sufre de los mismos problemas de comprensión a los que alude la protagonista del cuento "Bloqueados".
- Por incomprensión me refiero a la idea de ofrecernos más "Ángel de la Casa", eso que adoran los lectores de novela romántica pero que los lectores exigentes definirían como un fantasma anticuado y aburrido: ¿acaso no se encuentra "otra cosa" escrita por mujeres para ofrecer a los lectores de hoy? ¿Acaso nos escandalizaremos? ¿O es que no hay manera de venderlo?
- Por momentos pareciera que a Eileen Chang todo eso también le parece aburrido: ahí resopla un soterrado tono absurdo (al menos en la versión castellana). Pero quizá se trate de mis ganas de salvarla, mi manía de leer mal.
Ahora bien, nadie negará que Chang escribe con una prosa afilada, elegante y divertida, que se pasa un rato agradable si sabemos ponernos en situación (como cuando leemos a Austen) y que se disparan todas esas reminiscencias románticas en la performance de la lectura, ahora teñidas, como queda dicho, de un aire siempre absurdo. De modo que podríamos conjeturar que el puesto de la escritora china más importante del siglo XX, pues así se nos presenta (y si no hay otra escritora que presentarnos), se lo tiene merecido.
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