Eduardo Halfon, Tarántula, Barcelona, Libros del Asteroide (2024)
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Con su ya característico tono confeso y su narrador autoficcional, escuchamos la voz de Eduardo Halfon contándonos un episodio de su niñez. Bueno, no era exactamente un niño, sino un preadolescente de trece años, es decir, cuando ya no se es del todo niño pero aún tampoco un jovenzuelo. Sabemos que la familia ya vive en Estados Unidos desde hace tres años porque en Guatemala hay guerra y hasta los niños saben qué es la guerra aunque no entiendan sus porqués. Y entonces el padre decide que los enviará a un campamento aquel verano. Eduardo no quiere ir, pero el padre impone su autoridad.
Resulta que el campamento es un campamento para niños judíos en Guatemala donde enseñan a los niños a ser judíos y a cantar canciones en hebreo. Todo parece inocente (hacen guardias, aprenden canciones, aprenden palabras en hebreo) hasta que tiene lugar una actividad (si se puede llamar a lo que ocurre "actividad" y no simplemente "aberración") sumamente escalofriante: el monitor simula que esos niños están en un campo de concentración y los trata como tales, porque es así como entenderán lo que significó un campo de concentración para el pueblo judío.
Aquella historia traumática viene contada mediante retazos: vamos sabiendo de a poco y así consigue que nos mantengamos atentos. Es capaz de irla desmenuzando y al tiempo comentando, pues su escritura no deja de ser un proceso de autodescubrimiento. Dice el narrador en un momento que es judío y además guatemalteco, a su pesar, aunque de niño odiara ser precisamente eso. Después de leerlo a mí me queda la impresión de que Halfon nos presenta lo judío como doloroso y cruel y lo maya como misterioso y sanador.
"Que cuáles eran los libros que nunca había leído, me preguntó el periodista español, pero que más me habían influenciado como escritor. Una pregunta ridícula y a la vez genial, le dije a Regina. Y yo, sentado ante aquel periodista español, de inmediato supe mi respuesta. Tomé un sorbo amargo de expreso y me quedé saboreándolo más de lo necesario, por puro drama. La Torá y el Popol Vuh, le dije a Regina. Aunque jamás los he leído, no hay dos libros que, como hombre y como escritor, me hayan marcado más. Y es que no necesito leerlos, le dije, pues los he llevado siempre conmigo, escritos ambos en alguna parte muy dentro de mí. El libro de los judíos y el libro de los guatemaltecos, si se me permite esa simplificación, y si es que se les puede llamar libros a esas dos obras monumentales que representan y definen las dos grandes columnas sobre las cuales está construida mi casa. Pero una casa que yo, por alguna razón, desde niño necesitaba destruir o al menos abandonar."