rumiar la biblioteca: El aliento del cielo
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lunes, 12 de junio de 2017

Carson McCullers es verdad

Carson McCullers, El aliento del cielo, prólogo y comentarios de Rodrigo Fresán, traducciones de José Luis López Muñoz y María Campuzano, Barcelona, Seix Barral (2007)
https://www.planetadelibros.com/libro-el-aliento-del-cielo/13129

Carson McCullers es amor, dice Rodrigo Fresán en el prólogo de esta recopilación de todos los cuentos y tres de sus novelas, divertidísimas, por cierto: Reflejos en un ojo dorado, La balada del café triste y Frankie y la boda. Ella habla del amor, al fin y al cabo, pero también: de epifanías que sobrevienen en la edad de la adolescencia, de parejas venidas a menos aficionadas al alcohol, del fracaso, de la emoción, de la injusticia del racismo, de las miradas de aquellos que saben.
"Existe un tipo de personas que tienen algo que las dintigue de los mortales corrientes; son personas que poseen ese instinto que solamente suele darse en los niños pequeños, el instinto de establecer un contacto inmediato y vital entre ellos y el resto del mundo." (La balada del café triste)
"Habló con gente de la calle y una vez más percibió aquella inexplicable conexión entre sus propios ojos y los de los demás." (Frankie y la boda)

Impresiona leer (a veces releer) una buena cantidad de sus textos de seguido: la capacidad de entretejer verdadera emoción y fina ironía, con cierto desparpajo de tanto en tanto. Cada vez que leo ese cuento que tal vez sea uno de los mejores cuentos de todos los tiempos, "¿Quién ha visto el viento?", ese que narra una noche de un escritor fracasado en todos los sentidos (no consigue escribir una tercera novela, su matrimonio se desmorona irremediablemente), me sobreviene la idea de verdad: cómo escribir la verdad, ironía y emoción a un tiempo.

Carson McCullers es amor, pero también: Carson McCullers es verdad.



“―Talento ―dijo con amargura―. Un talento pequeño, de un solo relato…, eso es la cosa más traicionera que Dios puede conceder. Trabajar y trabajar, con esperanza, con fe hasta que la juventud se consume… He visto esa situación demasiadas veces. Un talento pequeño es la mayor maldición divina.

―Pero ¿cómo sabe que tengo un talento pequeño, cómo sabe que no es grande? No lo sabe, ¡no ha leído nunca una sola palabra de lo que he escrito! ―protestó el otro lleno de indignación.

―No pensaba en usted en particular. Hablo de manera abstracta.” ("¿Quién ha visto el viento?")